A lo largo de mi vida he
tenido muchos gustos, pero solo una pasión: el fútbol. Con siete años empecé a
jugar en el equipo de mi barrio, el Atlético Nazaret, un club como es el
barrio, humilde, para que los chavales se diviertan y puedan disfrutar del
deporte rey. He estado jugando doce años en este club y, qué satisfacción, me
siento como Francesco Totti en la Roma, con la lealtad de un “primer amor”, ese
que nunca se olvida. Yo el fútbol me lo tomo como la vida, se puede ganar o se
puede perder, pero siempre luchando hasta el final. Muchas personas me han
dicho que, al fin del al cabo, el fútbol es solo “darle patadas a un balón”, un
tópico fácil con el que estoy en total desacuerdo, y es que, por ejemplo, en un
partido nunca puedes darte por vencido, como en la vida, cuando hacemos
referencia a esto es necesario hablar de términos como sacrificio y esfuerzo,
para llegar a ser lo que somos. Estos principios y valores, además de mi
conocimiento sobre el fútbol y mi manera de entenderlo, me han llevado a ser
entrenador, por supuesto en el equipo de mi vida, no iba a ser otro.
Actualmente, entreno a niños de entre ocho y nueve años. Una ilusión cumplida
que tengo que agradecer a mis padres, ellos me han enseñado todo: desde ser
humilde en todas las situaciones de la vida, a ser honrado y tratar con respeto
a la gente que lo merece. Gracias a todos los valores que me han inculcado he
podido llegar a ser entrenador de fútbol.