En mi casa siempre ha existido rivalidad en los Valencia-Barça. Y
es que mi madre y mi hermano son culés, mientras que mi padre y yo somos ches
desde que nacimos. Y eso se ha traducido en duelos que han levantado pasiones. ¡Ay!,
bendita rivalidad, la salsa del fútbol. Era curioso ver a mis padres, cual
presidentes, no celebrar los goles propios por respeto al rival, mientras mi
hermano y yo saltábamos por el sofá y chillábamos por el balcón cuando los
nuestros marcaban. Durante noventa minutos y hasta el pitido final del árbitro
éramos rivales a muerte, para acabar con abrazos y besos independientemente del
resultado.
Pues así es mi familia, cuando se enfrentan estos dos equipos se vive como si de una final se tratara. Y a pesar de que el equipo blaugrana desde la temporada del doblete siempre ha quedado delante nuestro en la clasificación, los partidos contra el Valencia siempre les son costosos. Esta eliminatoria no debería ser menos, a pesar de la crisis deportiva en la que está inmersa el conjunto de la capital del Turia, ya desahuciado en la competición doméstica. Pues es mucha la ilusión que todos los aficionados tenemos depositada en la Copa del Rey. Todavía recordamos el último título, la Copa de 2008, contra el Getafe, y cómo en semifinales eliminamos al Barça. A pesar de que teníamos otra plantilla, la situación no era muy diferente a la actual. También es cierto que los blaugranas no tenían el mismo equipo que en la actualidad, con su rutilante tridente, una de las delanteras mejores de la historia.

Aunque, actualmente, parezca imposible vencer a los de Luis Enrique, y el Valencia sume ya once partidos sin ganar en la Liga BBVA, “la Copa del Rey es distinta, los equipos juegan diferente y los partidos duran 180 minutos”, como diría mi padre. Y es verdad, la eliminatoria es muy larga, y jugar con el calor de Mestalla el partido de vuelta nos da un plus de los que se puede beneficiar el equipo con una afición que los lleve en volandas hasta la final. Los jugadores tienen que contagiarse del calor de la grada y dejarse la piel en el campo, porque el premio es muy grande: la ansiada final para demostrar que todavía somos grandes.
Y ya no es solo parte de mi familia, también tengo numerosos
amigos azulgranas, que, afortunadamente, para ellos la victoria es el pan
nuestro de cada día. Los jugadores han de pelear la eliminatoria con la misma
fuerza que vamos a poner los aficionados en nuestro aliento. Porque ya va
siendo hora de que en mi casa se vea una final donde la juegue nuestro
Valencia.
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